miércoles, 11 de abril de 2007

250 MILILITROS

Gustavo Valle



-Después vino el aguacero. Y llovió como nunca antes había llovido. Los relámpagos, los truenos, y después más relámpagos. Yo andaba en pijama. Bajé las escaleras en pantuflas. El jardín estaba inundado. El jardín y el cuartito chapoteaban. Mis pantuflas quedaron enterradas en el lodo.

-¿Alguien te vio?

-No. El cuartito estaba en el jardín. Yo quería meterme, cerrar la puerta y quedarme adentro. Para siempre. Para no salir más nunca.

-¿El cuartito de las herramientas?

-Sí, pero ya no había herramientas.

-¿Y qué pasó?

-Disparé. Disparé seis veces. Seis tiros hacia la puerta. Luego se escuchó la sirena. En medio del aguacero se escuchó la sirena. Los vecinos habrían llamado. La policía tocó el timbre pero yo ya estaba adentro.

-¿Y les abriste?

-No. Adentro estaba mi viejo, sentado en el suelo. Yo me acerqué. Le pregunté que hacía allí metido. “Te pude haber matado”, le dije. "¿Qué haces aquí metido?" Y él me respondió que estaba allí para guarecerse. “Está lloviendo a cántaros”, hijo, “está cayendo un diluvio”.

-¿Pero tu viejo no estaba arriba, en su habitación?

-Sí.

-¿Y entonces?

-No sé cómo explicarlo… Primero busqué en su mesa de noche. Después debajo de su cama, y allí estaba. Lo agarré. Se me cayó. Lo volví a agarrar. Era tan pesado que se me caía. Lo agarraba y se me caía. Hasta que lo agarré bien fuerte y ya no se me cayó más.

-Y con el arma en las manos bajaste al jardín.

-Yo quería despedazarla, reventarla por dentro, pero apenas salió malherida. Huyó arrastrándose como un perro, y le advertí que no volviera. Le dije que si la veía de nuevo no fallaría.

-No entiendo nada.

-Claro, quería pegarle un tiro en el corazón que lo mató de un infarto. Disparé una, dos, tres veces, hasta seis veces, y con cada disparo escuché un grito, un alarido que yo no sabía de quién diablos era.

-¿Pero entonces a quién le estabas disparando?

-Agarré el 38 con fuerza. Me habían dicho que pateaba, que me haría daño, que cuidado. Bajé al jardín en medio del palo de agua. Me apoyé con firmeza y apunté. Le apunté a ésa que estaba allí metida con mi viejo adentro.

-Siéntate, por favor.

-Disparé hasta quedarme sin balas. Luego me acerqué en busca de los plomos. Los busqué en la puerta misma, en el marco, en las bisagras, en el interior del cuartito, en las paredes interiores del cuartito, y no vi nada. Los plomos no estaban.

-Pero estaba tu viejo.

-Tampoco.

-Entonces no estabas disparando contra…

-No. Los plomos todavía deben estar en las piernas de esa bicha.

-¿Alguien más sabe esto?

-Nunca se lo dije a nadie.

-¿Y tu viejo?

-Mi viejo ya no era nada. Era mi viejo, claro, pero no era nada. Con el corazón reventado como una patilla. Con el pecho más inflado que la almohada que compartía con mi vieja. Él estaba acostado en su cama pero no estaba. Mi viejo ya se había ido cuando empezó la tormenta.

2 comentarios:

Roberto Echeto dijo...

Gustavo, este cuento es extraño y poderoso a la vez.

Juan Carlos Chirinos dijo...

un poco rulfo, ¿no?, con lluvia y eso, y un poco stephen king, pero uno no se cansa de buscar comparaciones cuando lee, y esa quizá no sea la mejor manera de leer...
En todo caso, un episodio inquietante, Gustavo.