miércoles, 11 de abril de 2007

EL ENEMIGO

José Javier Rojas


A los blancos y a las negras, para que ojalá algún día tengan hijos grises


Sintió tierra en la boca. Palpó con la lengua vidrios molidos, quizá fragmentos de hueso, o todo lo anterior junto. Escupió y le supo a sal caliente, a mar, a sopa muy condimentada, a vómito y a sangre. No, no, no. Solo le supo a sangre. Empezaba a poner en orden su cabeza. Apenas ahora estaba viendo algo, pero no sabía qué veía. Unas luces de colores danzaban frente a sus ojos que ya entendía que eran suyos y que estaban abiertos, pero no atinaba a precisar mucho más. Trataba de enfocar, sin éxito, unas lucecitas que parecían de aceite y brincaban de un lado a otro, colocándose justo sobre los objetos que lo rodeaban, impidiéndole reconocerlos. Entornaba ahora los ojos tratando de atrapar a las juguetonas manchas de aceite con la mirada, pero éstas cambiaban de color y forma y tamaño y no se dejaban domesticar por su voluntad. Supo que tuvo vértigo cuando las manchas que se mofaban de su obstinación empezaron a dar vueltas en torno suyo con furia. Tuvo que cerrar los ojos, y aun así las manchas siguieron rodeándolo en un vórtice y atacándolo como los apaches furiosos de los western televisivos de los sábados en la mañana. El ataque duró un rato más antes de detenerse, poco a poco, y empezó a desaparecer en la medida que se atrevió a echar otra mirada al lugar.

No intentó erguirse todavía, quizá porque todavía no sabía que seguía en el piso. El ulular de una sirena le hizo girar alarmado la cabeza buscando el origen del sonido, y le tomó aún otro buen rato darse cuenta de que el sonido no venía de ninguna parte sino que estaba en sus tímpanos destrozados, generando un pulso dentro de su cabeza que se irradiaba por todo su cuerpo adolorido, templado por el latigazo de la explosión. No podía escuchar los lamentos y gritos de auxilio que se iban adueñando del local, y cuando finalmente la llamó, no se oyó gritando su nombre. Alarmado, gritó una vez más, con idéntico resultado, así que midió sus fuerzas y decidió apoyarse en la viga para izarse hasta una caja chamuscada a su izquierda.

Desde su palco improvisado podía ver a gente muy maltrecha, reptando como él entre los escombros, en medio del polvo que se asentaba como la nieve en las postales navideñas, y a otras gentes que llegaban en oleadas desde arriba, gesticulando, moviendo la boca y señalando en todas direcciones a otras gentes que seguían llegando con el horror tatuado en el semblante, levantando más polvo mientras buscaban a otras gentes, a cualquier gente, donde hasta hace apenas unos instantes estaba el café que siempre había estado ahí. No encontraba a la nena, y el dolor y la confusión iban dejando paso al pánico, al terror ciego, a la desesperación: apenas acababa de pagar por su periódico y sus cigarrillos de cada mañana, y a regañadientes había cedido ante su insistencia, como casi todas las mañanas, a comprarle uno de esos chocolates que traían un juguete para armar. Apenas un parpadeo. Ni siquiera un suspiro. Recordaba entonces que extendía la mano para entregarle su chocolate. De repente, ya no estaba allí. No la encontraba, por más que la buscaba y llamaba a gritos, por más que apartara restos de muebles y de personas. Ella, su única alegría y consuelo, había desaparecido de su lado en medio de un estruendo monstruoso, surgido del infierno, del negro corazón de todos los demonios que acechan en la oscuridad a las niñas angelicales para arrancarlas del lado de sus devotos padres.

Hasta entrada la noche no le dejaron verla. Los voluntarios lo llevaron hasta ella en una camilla. Él se había lastimado la columna y no podría volver a caminar en meses. Necesitaría morfina el resto de su vida para calmar los atroces dolores. Pero eso a él ya no le importaba. Nada más le importaría jamás. Solo le importaba saber que algún día él acecharía al enemigo en su momento de mayor debilidad, y entonces él asestaría el golpe justiciero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Kurt Vonnegut has left the building http://www.nytimes.com/2007/04/12/books/12vonnegut.html?_r=1&|&oref=slogin