miércoles, 11 de abril de 2007

EL MUNDO SIGUE DANDO VUELTAS

Roger Vilain



Para hablar de armamento no es preciso conocer de calibres, ni de municiones, ni de fusiles o tanques. En realidad los aparejos de guerra tienen su razón de ser, no otra que el perfomance diagonal a la pipa de la paz.

Tengo un primo adicto a lecturas bélicas y un tío fanático de Pearl Harbor, película que según sus cálculos ha visto una docena de veces. La guerra del Golfo y la del Peloponeso se dan las manos, como todas las guerras, y Ernest Borgnine todavía es recordado por su casco de soldado y su rostro ennegrecido a fuerza de pólvora y metralla en aquella cinta cuyo nombre, que tengo en la punta de la lengua, me da la espalda escabulléndose.

Hay gente dada a coleccionar pistolas, espadas o puñales. Existen otros que se aprendieron de pe a pa los recovecos de la Segunda Guerra y la nomenclatura completa, seguida por números, siglas y demás, de aviones, submarinos y hasta barcos inventados para pelear. Ante semejante despliegue de información histórica uno se encoge de hombros y se jacta al menos de no tener agenda electrónica: todos los compromisos, con fecha y hora para el encuentro, yacen ordenados en algún rincón de la memoria. Nada mal. Aún los números telefónicos se echan en brazos de ella y, si acaso, porque van siendo como muchos, terminan en una libreta amarillenta.

Armas ha habido, hay y habrá, pero lo más interesante no es el tipo o el tamaño, ni siquiera la capacidad de destrucción. A mi juicio lo verdaderamente llamativo se esconde tras razones ontológicas. Así como lo lee: on-to-ló-gi-cas. Pero nada de eso, el ser de una bazuca, la metafísica de una bayoneta, me tienen sin cuidado. Qué va. Cuando la pomposa ontología se cuela en este escrito tiene que ver nada menos que con la condición humana, es decir, vislumbro la cuestión desde un horizonte hecho carne y hecho huesos, por lo que el asunto cobra ribetes, ahora sí, capaces de quitarme el sueño.

De todo el armamento que en el mundo ha sido, de la simbología guerrera por la que pueda apostar, de entre el imaginario belicista que nos llega intacto hasta la fecha, me quedo con las mujeres. Con ellas, así es. Me quedo con las mujeres de armas tomar, y no por razones de violencia sino fíjese que por todo lo contrario.

Es que una mujer de armas tomar es una mujer de armas tomar. Éstas (las armas, quiero decir), son ojivas nucleares que portan de lo más impávidas a la hora de caminar por una plaza o cuando hacen la cola para el cine. Una mujer de armas tomar tiene el empuje de un blindado, desde luego, más la versatilidad de un AK-47 y por lo general para resguardo de la paz, de la ansiada paz que se diluye casi siempre en manos de políticos y generales.

Por una de estas chicas quemo las naves y con ella salgo a la conquista de otras tierras. Será por eso que el mundo sigue dando vueltas. Será por eso.

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