miércoles, 11 de abril de 2007

POR UNANIMIDAD

Javier Castillo Lander



Siempre he dicho que con los vecinos y con las armas de fuego hay que mantener cierta distancia. Sin embargo y, a pesar de lo que pienso, ayer por la noche, antes de la novela de las nueve, me involucré con ambos más de lo que me hubiese gustado.

Es la segunda vez que he asistido a una reunión de vecinos en mi edificio. Dicha junta se convocó con carácter de urgencia con tan solo un día de antelación. No hubo memorándum, ni notificaciones en las carteleras de las áreas comunes. La conserje fue la comisionada para avisar de puerta en puerta la fecha y el motivo de la asamblea. En esta ocasión no se hablaría mal de los ausentes ni de las reparaciones estancadas por falta de fondos. El único punto a tratar me afectaba más que a ningún otro vecino; por eso accedí y bajé puntual al salón de fiestas.

Se trata de Omar Contreras “el propietario del 7-B”. De él, todos estamos cansados. El bullicio que produce a diario en la comunidad ha desatado la furia de todos. Pareciera que nos restriega a diario y hasta altas horas de la noche la potencia de su estéreo y su gusto por el reguetón. Sin mencionar que el muy maleducado, jamás responde el saludo. Lleva tres meses habitando entre nosotros y aún no ha cruzado palabra con ninguno. Es como si uno estuviese a un nivel por debajo de su alcurnia.

Como dije antes, soy el primer afectado, no miento; la ventana de mi recámara está situada justo debajo del departamento del agresor. A pesar de que siempre la mantengo cerrada “exclusivamente por esta razón”, el sonido se cuela a través de ella como el frío lo hace en los huesos de los reumáticos. De cualquier modo, ayer solo hablamos acerca del fulano; todos asistieron, todos menos él. Evidentemente a Contreras no se le notificó de la junta, de haberlo hecho, probablemente no habríamos resuelto por unanimidad asesinarle.

Debo reconocer que mis argumentos cargados de odio y frustración salpicaron incluso a los menos afectados: me refiero a Márquez “la del primer piso”, que alegó su condición de luto perpetuo; y de todos los que habitan en los pisos superiores y que además se encuentran del lado opuesto del edificio. También confieso que fui quien propuso matar al patiquín con ínfulas de adolescente, quizás se deba a que tenía unos cuantos rones de más incitando a mis pensamientos, y en medio del pandemonio; mientras discutíamos la necesidad de actuar ante la ineficacia policial, comunal, estatal y de todo lo que termine en (al), se me escapó la idea mientras pensaba en voz alta.

Apenas propuse, todos guardaron silencio, como si alguien les hubiese desconectado sus lenguas rabiosas del tomacorriente. Uno a uno alzaron sus manos en señal aprobatoria sumando votos a favor; hasta que todo el recinto se convirtió en una sentencia de muerte.

Mentiría al negar que se me pusieron los pelos de punta al ver la reacción de los ahí presentes. Tampoco recuerdo en qué momento me eligieron como el verdugo de dicha tarea. Al comienzo quise negarme, pero entre tantas manos apoyando mi idea, tantos agravios sonoros en nuestra contra y esos rones de más que a menudo me alborotan el vándalo que llevo por dentro, me envalentoné y acepté la misión.

De inmediato, cada uno de los propietarios se acercó para darme las gracias, también para ponerse a la orden. Uno nunca termina de conocer a sus vecinos… Digo esto, porque aún me cuesta creer que La Saldaña, “la viuda del 11-A”, me haya ofrecido su arma para tal fin, y no solo eso, lo más desconcertante fue su disposición para enseñarme todo lo referente a la manipulación de su calibre 38. Cánchica, el del 3-C, me ofreció un pasamontañas y un par de guantes de látex. La conserje se hizo de inmediato con un duplicado de la llave del apartamento de Contreras que llevaba en su interminable manojo para así facilitarme el acceso. Hasta un bistec con una alta dosis de veneno me ofrecieron para que Sombra “el Rottweiler del bastardo” no fuera un impedimento a la hora de ingresar a su discoteca residencial.

Debo admitir que en mi edificio se percibe una participación comunal activa y poderosa. No por esto, iría yo de superhéroe a tocar el timbre del 7-B y descargarle la 38 al maldito. Un buen asesino debe ser discreto, no debe dejar rastros ni evidencias. ¿O es que acaso ellos pensarían que estoy dispuesto a sacrificarme por la comunidad?

En el tema del asesinato, cuento con un amplio expediente; es verdad que con otros métodos pero no por eso hay que restarle méritos a mis resultados. A mi suegro por ejemplo: asumo mi responsabilidad por su infarto fulminante. A diario le sugestionaba para que viera “Aló ciudadano” y por las noches, antes de que se fuera a la cama, le incitaba a que comparara las noticas del día con las que relataban en “La Hojilla”. Compraba cada mañana periódicos adversos y resaltaba con un marcador los titulares de inseguridad, corrupción e inflación. Me bastaron solo tres meses y el viejo cayó de largo a largo al ring de “otra llamada más”.

A la vieja Graciela, “la que fuera dueña del departamento que en la actualidad me pertenece”, la maté a punta de tristeza. Para darle muerte cociné un plan que me llevó dos largos años. No fue fácil matarla, pero de tanto insistir que Don Jacinto, “Dios lo tenga en la gloria”, me hablaba al oído por las noches y a través de mí, alegando una terrible soledad y que el Paraíso no era eso si no estaba a su lado, la induje a dejarse morir. Doña Graciela en agradecimiento, antes de estirar la pata, me vendió su apartamento a precio de deslave y lo mejor de todo, para pagarlo a cómodas cuotas. Es cierto que en vida no terminé de cancelarle el inmueble en su totalidad, de hecho, alcancé a pagarle solo el 10% de la vivienda, pero como a mí me criaron con principios, todos los fines de mes, una vez que depositan mi quincena, paso por el cementerio y la visito, cambio sus flores y dejo un cheque a su nombre y no endosable “por esto de la inseguridad”, acomodadito en su nicho.

Así… he cometido otros homicidios que no divulgaré por lo del anonimato intelectual. Lo cierto es que hoy, ya han pasado siete días desde nuestra reunión de vecinos. Tengo un intensivo impartido por la Saldaña para manejar una 38 y no fallar. Todos cuentan conmigo: mi esposa es la primera que insiste en que le dispare mientras duerme; pero yo tengo otro plan… Evidentemente el muy perro debe morir; más allá de eso, todo indica que se enteró de nuestra confabulación, y por rebeldía o quizás por un arrebato de marginalidad, durante toda esta semana ha incrementado los decibeles en su estéreo, haciendo de mi proyecto de venganza todo un deleite para el odio que le guardo.

3:45 am. Me puse el pasamontañas, los guantes de látex y cogí del refrigerador el bistec envenenado. Subí las escaleras sin ningún tipo de calzado para evitar hacerme sentir ni dejar huellas de mis Timberlad talla 44. Aguardé unos segundos detrás de la puerta del 7-B, y como si fuera mi propia casa introduje la llave en la cerradura y abrí la puerta. Sombra estaba esperándome. Amagó con delatarme pero me adelanté y lancé hacia el lado opuesto del pasillo el trozo de carne de segunda. El muy muerto de hambre no dudó un segundo en ir por éste y se abalanzó sobre su objetivo con todas sus fuerzas, traicionando a su amo y amigo por una porción de proteína marinada con su propio final. No hubiese sido lo mismo si no hubiese esperado hasta ver como el animal se revolcaba por las escaleras induciéndose a sí mismo al vómito infructuosamente. Agonizaba poco a poco, se quejaba produciendo gemidos imposibles de percibir producto del reguetón a todo volumen. Cerré la puerta y lo dejé a solas en sus últimos minutos. Quité el seguro del 38 “porsiacaso”, y seguí avanzando. No sabía que esperar; todas las luces permanecían apagadas excepto una: la de su habitación. Con toda la cautela me aproximé hasta la misma para poder aprovechar el factor sorpresa y fue ahí, en ese momento, que todo mi plan se vino abajo.

El muy cabrón me vio llegar. Apenas se percató de mi presencia se levantó como un resorte y comenzó a hacerme señas sin mencionar palabra alguna, balbuceaba sonetos. Sus manos se movían de un sitio para otro a toda velocidad. Pienso que en su idioma de sordomudo suplicaba por su vida. Aterrorizado me entregó su cartera, abrió una caja fuerte que permanecía oculta dentro de su closet, me entregó un buen fajo de dólares y se arrodilló ante mí. Mientras tanto la canción que sonaba suplicaba por gasolina. Confieso que me vi tentado a dispararle, ya era todo un experto con las armas de fuego, igual el muy desgraciado no lo escucharía por su condición. En cambio, saqué de su cartera un billete de mil bolívares para no dañar los que si valen algo y le escribí en letras mayúsculas: AQUÍ EL ÚNICO SORDO HIJO DE PUTA ERES TÚ. SI VUELVES A PONER MUSICA EN TU ESTÉREO… No me cupo el resto, pero el mensaje era evidente.

Desde esa noche, todo ha vuelto a la normalidad en el edificio: el sordo sigue siendo sordo, solo que ahora todos lo saben, la vieja Graciela sigue recibiendo mis pagos por el departamento con puntualidad londinense, y yo, sigo colocando pequeñas dosis de arsénico en el desayuno de mi esposa para poder quedarme con su camioneta.


www.impresionesdeuntranseunte.blogspot.com

4 comentarios:

Desde La Barra dijo...

"El muy cabrón me vio llegar"...
es el mejor minicuento del mundo..puro sudden fiction!!!y el resto de la pieza cojonuda

Un abrazo bro...

y coñazo al que no colabore...

Anónimo dijo...

Hilarante de cabo a rabo. Cuanto sigilo y sentido de la perversión en la muerte del suegro; y la escena del climax en el apartamento del sordo con todo aquello pasando y el reggaeton roncando a todo volumen, estuvo genial.
ja ja ja ja ja!!! un cuento perfecto diría yo.

Anónimo dijo...

Lo anormal defenitivamente seria no leer algo tan pulcramente escrito por el amigo Castillo Lander!! Los halagos hasta estarian demàs, este es otro cuento FABULOSo, por demàs del escritor Javier.
Felicitaciones.
P.D. ¿què te fumas para escribir lo que escribes? jajajajajajaj

javier dijo...

Mi panita Joaquin. Igor, anónimo... Gracias por sus comentarios. Con ellos me motivo a ser un poquito más hijo de puta a la hora de matar personajes, mucho más insensible a la hora de hacerlos sufrir y por supuesto... Con toda la humildad que amerita el caso; todo un cabronazo en el tema de la descomposición conyugal, familiar e interpersonal.

Salud

J.C.L