miércoles, 11 de abril de 2007

PIPO PISTOLAS

Juan Zamora




Pipo Pistolas era, a rasgos generales, lo que pudiéramos llamar un azote de barrio. Una criatura de extrañas costumbres y malas compañías; sin embargo, no era un mal tipo. Cometía sus fechorías y andaba en malos pasos, pero trataba de dañar lo menos posible.

Dos pistolas Walther PPK calibre 7.65, eran sus vitales herramientas de trabajo (“sus hijas”, las llamaba), y Rocky Miguel y Lebrón José, sus inseparables socios en el crimen, especialistas en el hurto y el robo a mano armada.

Una noche, antes de salir a “trabajar”, Pipo le contó a sus acólitos que había tenido un sueño “bien de pinga”. Soñó que estaba sentado frente a una computadora, y que tecleaba y tecleaba incesantemente.

“¿Y cómo te quedaba la minifalda, papá?”. “¡Coño, Pipo tomando dictados, qué bolas!”. “¡Eeesssooo, mi “secre”!”.

A Pipo le cambió la cara, acomodó su mano dándole la forma de una pistola, y la puso en la sien de Lebrón José. “¿Quieres morir, mi pana?”. Luego apuntó al otro amigo e hizo una mímica, como indicando que le había disparado justo en medio de las cejas.

Pipo no quiso seguir hablando, estaba seguro de que sus compinches no lo entenderían y, a decir verdad, ni él mismo estaba muy claro en cuanto al significado de aquel sueño.

El trío bajó del cerro y al llegar a la avenida, pararon a un taxista. El desprevenido hombre no tuvo la suficiente cautela como para fijarse mejor y seguir de largo, de manera que, al detenerse, el grupo criminal lo sometió fácilmente; le hicieron bajar de la unidad, y lo conminaron a entregar todas sus pertenencias, incluyendo el vehículo.

En la madrugada, después de estacionarse y dirigirse a la guarida para efectuar el reparto de lo recaudado en la jornada, Pipo se regresó al taxi y abrió nuevamente la guantera. Escudriñó con mayor atención y sacó un pequeño libro que se encontraba debajo de un mugriento paño, una linterna, un par de destornilladores y un sobre lleno de facturas.

“La Tienda de Muñecos, Julio Garmendia”, se leía en la sucia portada. Era el primer libro que tomaba entre sus manos, años después de haber dejado la primaria.

Al igual que muchos otros, tuvo que interrumpirla temprano, para asumir las responsabilidades de un padre a quien nunca conoció, y ayudar a la madre que no siempre estaba en condiciones “aptas” para salir a buscar el pan.

Pipo intentaba leer, le costaba un poco. Desde adentro, un grito le advertía que podía quedarse sin ron; seguidamente, un segundo aviso: “Este otro becerro te puede tumbar tu parte…”.

Rocky Miguel y Lebrón José, se burlaban del extravío de Pipo Pistolas. “¿Qué le pasa al frito este, vale?”, preguntaban con sorna. Entonces Pipo, saliendo de su mutismo y blandiendo a “sus hijas”, se “disparó” el siguiente discurso:

-¡Mis panas! Yo creo que pronto llegará el día en que yo, éste que está aquí, yo mismo, Pipo Pistolas, tendré que entregar a “mis hijas” en adopción. O sea, dejarme de eso de utilizar a “las niñas” para quitarle al rico y entregárselo a los pobres… guevones, que somos nosotros.

>> Mi futuro tiene que ser otra cosa, bróder. Yo tengo tiempo dándole vuelta a la cabeza, pensando que los tipos que escriben novelas, viven burda de bien. Esos carajos que escriben libros, deben ser gente que se gana el respeto a punta de labia, y no de pistola.

>>¡Coño! Mira lo que dice aquí: “No tengo suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones elevadas del pensamiento…” ¡Perro, pana! No sé qué quiere decir, pero la vaina suena a respeto. A que el tipo sabe lo que dice, se vacila una, ¿me entienden?.

-A Pipo, el perico lo volvió medio marico –dijeron sus amigos, y continuaron burlándose por unos instantes. Hasta que Pipo dejó caer con estruendo a “sus hijas” sobre la mesa. Un silencio frío y expectante, se adueñó del pequeño espacio compuesto por tablas y láminas de zinc.

Pipo volvió a tomar a sus dos “niñas” en brazos, como arrepintiéndose de haberlas soltado, y dulcemente les propinó un beso a cada una. Se dio media vuelta y abandonó el lugar, perdiéndose entre la neblina de aquella fría madrugada.

Con el tiempo se supo que Pipo Pistolas se acercó a la misión “Dámela que tú la tienes”, esa que había dispuesto el gobierno, a propósito de su tan anunciado plan de desarme en los barrios capitalinos. La acción consistía en un simple trueque: Intercambiar las armas, por lo que más necesitaras.

Pipo pidió una pequeña computadora, algo sencillo, sin mucha capacidad ni aditamentos, pero sí con lo necesario para dar rienda suelta a su sueño de escribir novelas…

Ahora Pipo no amenaza a transeúntes. No encañona a taxistas, ni despoja a jóvenes de sus zapatos y celulares. Dejó de apropiarse indebidamente de objetos conseguidos con el esfuerzo y sacrificio de sus congéneres. Pero eso no quiere decir que Pipo haya dejado de transgredir.

“Este hombre, atenta contra el legado de Cervantes. Viola indiscriminadamente las reglas de la Real Academia, oprime sin misericordia a los signos de puntuación, sometiéndolos a su propio y muy particular criterio. Destroza y profana a la lengua y a la semiología; no respeta la razón de ser de las consonantes”. Así decía el profesor de literatura de la escuela nocturna a la que comenzó a asistir Pipo Pistolas, cuando leyó uno de sus textos:

“La jeva que lo que estava hera bien guena, lo, que queria hera está con el chamo de la camioneta! pero este tipo ni pendiente por qué hera un tipo de real. De billete tu me entiendes…el pana este se llamava romario o ramon o una vaina asi y la chama le desian la Julieta… Y yo quiero saver como es que baila la Julieta...Julieta baila secxy con la mano en la cabesa... jejejejeje que bacilon… Filmando: Pipo Piztolas”.

Hay quien se pregunta, con qué “arma” hacía más daño Pipo; y si a la final, éste continuaba siendo victima de las circunstancias.


http://lemuriosidades.blogspot.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te encontre!!!...sorprendente..que buen final.
saludos